miércoles, 26 de noviembre de 2008

Guitarreando

Veamos las posturas de una cancion chilena, les recomiendo para iniciar un curso de guitarra.

La Ética en la Educación


¿Qué es la ética y cómo se relaciona con la labor educativa?
La definición etimológica de ética (del griego ethica) nos indica la relación de los principios o pautas que rigen las conductas humanas, sean ellos producto de la reflexión individual o desarrollados por la sociedad en que se inserta. Del mismo modo estos principios podríamos categorizarlos en aquellos buenos en si mismos como el amor hacia los hijos y aquellos basados en un modelo moral concreto generalmente fundados en creencias religiosas, en la tradición popular o en posturas políticas.Dentro de lo que es “ético” encontramos distintas posturas desde la que se origina por la simple aceptación de las normas hasta aquella desarrollada y producto del razonamiento.A mayor claridad presento alguna de estas posturas respecto a la moralidad de los actosPara Weber existe una suerte de ética del que ostenta el poder, muy bien ejemplificada por el caudillo político, que establece nuevos principios éticos de acuerdo al momento en que se desarrolla determinada acción, por lo tanto la visión de lo bueno y lo malo está mediatizada por las circunstancias en que ocurre.A decir del filósofo holandés Baruch Spinoza en su libro “Ethica ordine geométrico” señala que “todas las cosas son neutras en el orden moral desde el punto de vista de la eternidad, sólo las necesidades e intereses humanos determinan lo que se considera bueno o malo, el bien y el mal”.
Para Kant la moralidad de un acto no tiene que ser juzgado por sus consecuencias sino por sus motivaciones.
Para Herbert Spencer la moral es sólo el resultado de algunos hábitos adquiridos por la humanidad a lo largo de la evolución.
Para Nietszche finalmente, la conducta moral sólo sería necesaria para los débiles ya que para el fuerte podría actuar como un freno en su camino hacia el Superhombre.Visto así, concluiremos que no existe una moral única ni una definición ética que nos convoque a todos. Es pertinente, entonces, establecer que lo ético dependerá de los valores individuales sobre los cuales se establece el accionar y las relaciones sociales y que atendido esto, pueden convivir distintas posturas dentro de un mismo medio físico – humano.La función entonces del educador está en el adherir a ciertas posturas éticas o bien en el asumir la moralidad propia respecto de los temas que están en el terreno de lo socialmente desarrollado.Consecuentemente con esto, el educador necesita de una “ética” sobre la cual construir su modelo de enseñanza. A decir de Paulo Freire “no es posible pensar a un ser humano lejos siquiera de la ética, mucho menos, fuera de ella .La práctica educativa tiene que ser en sí, testimonio riguroso de decencia y pureza”Todo lo anterior me invita a plantear la idea de que el hombre y por ende el educador, convive entre dos “éticas”. Por un lado, la “ética social” aquella emanada del tipo de sociedad o grupo en que realiza su diario actuar, generada por los centros de poder, políticos religiosos, etc., a la que por distintas circunstancias se ve obligado a adherir para ser aceptado y de alguna forma gozar de los privilegios y/o promesas que este actuar dará como recompensa (recordemos las tablas de Moisés y como ellas rigieron y rigen a todo el pueblo judeo-cristiano) y por el otro la “Ética del dolor”, aquella que interpela cada uno de nuestros actos, y que se origina a partir del convencimiento intimo, generada a partir de las múltiples experiencias acumuladas, que tiene mayor contacto con lo utópico que con lo real, que en general son fruto del rebelarse, de entender lo inentendible del actuar de los que ostentan el poder, de las inconsecuencias o consecuencias de nuestros líderes y en especial de aquello que nos hace únicos que no es otra cosa que la posibilidad del encuentro con uno mismo.Es dable, entonces, pensar que todo educador diariamente transita entre estos dos mundos: lo impuesto y lo auto- creado, lo que necesita respetar y lo que respeta por principio. En este ejercicio inevitablemente estará continuamente siendo interpelado, obligado a decidir, viviendo la angustia eterna de los sin poder, de aquellos que sólo son dueños de sus sueños, pero donde sin duda, así confío, ha de primar siempre la vocación y la esperanza de que nuestros alumnos serán capaces de crear un mundo más vivible regido por una ética que se imponga por si misma y que interprete a todos.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Niccolò Paganini: El Violinista del Diablo


Se presentaba a tocar con fuego iluminando el escenario. De su violín salían notas prodigiosas y atrás de él todo parecía arder en llamas. Entonces su figura crecía aún más. Se volvía un verdadero coloso. Así lo veía el público. Flaco, alto, erguido, con las manos que parecían llegarle hasta las rodillas; de trajes deshilvanados, en jirones muchas veces, su larga melena revoloteaba al mismo tiempo que su arco describía parábolas en el aire. Nadie se explicaba como podía tocar tan genialmente. Sus largos dedos se comían el violín. En realidad, siempre daba la sensación de que tocaba en violines de juguete. Cuando era niño, su padre, el señor Paganini, comerciante mal habido y ambicioso, le dijo: “Nicolás, tú vas a ser el mas grande violinista del mundo, de mi cuenta corre”, y corrió. Porque a base de golpes, el jovencito llegaría a tocar como nadie lo ha hecho ni lo habrá de hacer.
Pero hubo quien dijo que lo vio. Alguna noche, mucho antes de que su leyenda creciera. Hubo alguien que aseguró haberlo visto invocar al diablo, postrarse delante del Maligno y repetirle el juramento. “Le dijo que su alma era suya a cambio de tocar como un ángel. Se encendió una luz que me cegó, Paganini se puso de pie y siguió su camino”, así dijo aquel testigo. Hubo quien le creyó y quien no le creyó. Más aquella versión fue creciendo y la gente hacia tumultos para verlo, y para oírlo tocar. Se arrebataban los boletos. Todos habían oído hablar de él, no solo los cultos. Hasta los mendigos y las prostitutas compraban sus entradas apenas se anunciaba que tocaría Nicolò Paganini, “El violinista del diablo”, como empezaron a llamarlo.

Lo cierto es que a Paganini la vida le sonreía por donde pasaba -y no podía ser de otro modo: semejante genio. Feo como el demonio, su presencia impactaba a las mujeres al punto de arrojarse a sus pies. Y si no bastaba con su glamour, ahí estaba su manera de tocar (el violín, digo). A una de ellas que se resistía a amarlo, que se encerraba en su habitación y que había dado órdenes de que bajo ninguna circunstancia se dejara entrar a Paganini en su casa, el virtuoso se las ingenió para llegar hasta el balcón de la alcoba e improvisar una sonata para ¡una sola cuerda! Cuando la dama se percató de la hazaña violinística, le hizo un lugar en su cama al genio.
Así anduvo Paganini, de mujer en mujer, de cama en cama. Era lo que más le atraía, junto con el dinero para gastarlo, para jugarlo. Tal vez porque durante su niñez había padecido pobreza y miseria, dinero que caía en sus manos dinero que gastaba. Y con la misma prontitud volvía a gastar más. Con la ventaja de que a veces ni en violines gastaba. Alguna vez que iba a tocar a un palacio y se le olvidó su propio instrumento, el anfitrión, de cuna noble y filántropo, extrajo su Guarnerius personal de la vitrina donde lo tenía a la vista de todos, y se lo prestó a Paganini para que saliera del aprieto. Después de que el violinista hubo tocado, el príncipe, duque, marqués o lo que haya sido, no fue capaz de guardar el violín en su sitio. Se lo regaló a Paganini sin dejar de besarle las manos.
Quizás la leyenda del violinista del diablo se baso en lo que alguna vez relato Tartini acerca de su sonata “El trino del Diablo”:
“Una noche, en 1713, soñé que había hecho un pacto con el Diablo y estaba a mis órdenes. Todo me salía maravillosamente bien; todos mis deseos eran anticipados y satisfechos con creces por mi nuevo sirviente. Ocurrió que, en un momento dado, le di mi violín y lo desafié a que tocara para mí alguna pieza romántica. Mi asombro fue enorme cuando lo escuché tocar, con gran bravura e inteligencia, una sonata tan singular y romántica como nunca antes había oído. Tal fue mi maravilla, éxtasis y deleite que quedé pasmado y una violenta emoción me despertó. Inmediatamente tomé mi violín deseando recordar al menos una parte de lo que recién había escuchado, pero fue en vano. La sonata que compuse entonces es, por lejos, la mejor que jamás he escrito y aún la llamo "La sonata del Diablo", pero resultó tan inferior a lo que había oído en el sueño que me hubiera gustado romper mi violín en pedazos y abandonar la música para siempre....”
Niccoló Paganini falleció en Niza, Francia, el 27 de Mayo de 1840, pero el obispo de Niza negó el permiso para su entierro y su ataúd permaneció varios años en un sótano. La fama que se había tejido alrededor de su persona y su talento, forjados en un posible pacto con el demonio, fue determinante en esta decisión eclesiástica, sobretodo debido a que el propio Paganini rehusó acercarse a la Iglesia y desmentir aquellos comentarios. Solamente en 1876 fue permitido el funeral y sus restos se transfirieron al cementerio en Parma.
Bienvenido el diablo, si fue quien iluminó a Paganini para que tocara como lo hizo, para que le diera al violín esa connotación mágica y para que le permitiera dejar su legado violinístico por excelencia: los Veinticuatro Caprichos para violín solo, inejecutables...